RELATOS DE VIAJEROS E HISTORIOGRAFÍA:
PAISAJE RURAL Y SOCIEDAD URBANA EN EL BUENOS AIRES DE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX.

Maria Valeria Ciliberto1
Andrea Lidia Dupuy 2
Andrea Gabriela Rosas Principi 3

 

Resumen: En este trabajo analizamos cómo las imágenes de los viajeros europeos que recorren la campaña en la primera mitad del siglo XIX, se toman como punto de partida indiscutido en la construcción de un estereotipo historiográfico que contrapone ciudad y campaña. Para ello, centramos nuestra atención en aquellos relatos que detienen su mirada en los principales aspectos que conforman esta imagen de lo rural como un paisaje vacío de relaciones, en contraste con lo urbano como una sociedad compleja. Desde esta perspectiva abordamos la construcción y entrecruzamiento de dos territorios, el histórico y el historiográfico. El primero, efectivamente recorrido y reconstruido por los viajeros europeos, y el segundo, construido a partir de sus impresiones, en función de las necesidades políticas y las tradiciones culturales de los fundadores de la historiografía nacional.

Palabras clave:Viajeros. Urbano. Rural. Historiografía.


 
El mal que aqueja a la República Argentina es la extensión; el desierto la rodea por todas partes, se le insinúa en las entrañas; la soledad, el despoblado sin una habitación humana, son por lo general los límites incuestionables entre unas y otras provincias. Allí la inmensidad por todas partes; inmensa la llanura, inmensos los bosques, inmensos los ríos, el horizonte siempre incierto, siempre confundiéndose con la tierra entre celajes y vapores tenues, que no dejan en la lejana perspectiva señalar el punto en que el mundo acaba y principia el cielo (SARMIENTO. Facundo. 1838).

El contraste entre el campo y la ciudad, el primero concebido como sinónimo de vida natural, pero también de atraso e ignorancia, y la segunda, como la “forma distintiva de la civilización y el progreso”, se remonta a la época clásica. Y si bien estas ideas tienen contenidos e historias precisas que podemos identificar 4, también es cierto que la mera diferenciación entre ambas entidades muestra una manera de aislar e identificar procesos más generales, negando todo tipo de relación entre ellas.
Precisamente, el abordaje de esta segmentación analítica entre dos universos es el eje principal de nuestro trabajo. Desde esta perspectiva, abordaremos la construcción y entrecruzamiento de dos “territorios”, el histórico y el historiográfico. El primero, efectivamente recorrido y reconstruido por los viajeros europeos durante la primera mitad del siglo XIX y, el segundo, construido en buena parte a partir de sus impresiones, en función de las necesidades políticas y las representaciones culturales de los fundadores de la historiografía nacional. Centraremos nuestra atención en algunos de los aspectos de la vida rural que adquieren entidad a partir de la crítica a la imagen tradicional de la campaña, producto de la renovación historiográfica de los años ´80, ocupándonos específicamente, de la visión del desarrollo productivo bonaerense y de la constitución de una densa red mercantil que unía el campo con la ciudad.
Las fuentes que utilizamos son los relatos de viajeros europeos que recorrieron la campaña rioplatense durante la primera mitad del siglo XIX. Tomamos en conjunto estos relatos, aún a riesgo de homogeneizar sus discursos, con la idea de abordar desde sus impresiones el análisis de aquellos aspectos de la vida rural que adquirieron entidad a partir de la crítica a la imagen tradicional de la campaña, producto de la renovación historiográfica a la que hacíamos referencia. Ensayamos compensar este sesgo explicando sus miradas contrapuestas a partir de los diferentes intereses y componentes culturales que identificamos en sus relatos y biografías.
Ciertamente, la mayor presencia de viajeros en toda Sudamérica tiene como contexto la expansión comercial inglesa y la potencialidad del área vista como mercado de recepción de la producción industrial, así como de capitales. Es en este sentido que toda una línea historiográfica posterior, interesada en el análisis de los diarios de viajeros, interpretó sus obras vinculando sus representaciones y estrategias narrativas con los requerimientos económicos del imperialismo inglés y la configuración de nuevas formas de dominación y de conocimiento/apropiación científicos 5. En este nuevo contexto, los viajeros fueron, sin duda, mediadores en la legitimización del proyecto europeo. Estas crónicas se insertan entonces en el proceso de redefinición ideológica de la imagen de América del sur, de su rol y posicionamiento en el panorama internacional que tiene lugar durante la primera mitad del siglo XIX. Reinvención que en estas tierras se vinculará como señaláramos con los proyectos orientados a dar entidad e identidad a un nuevo estado nacional. Actualmente, otras investigaciones amplían estas interpretaciones, enfatizando la influencia que estas imágenes construidas por los viajeros mismos tiene entre los pensadores nativos que pensando la nación modelaron la primera literatura nacional (fundamentalmente en Echeverría, Alberdi y Sarmiento), base de nuestro primer corpus historiográfico 6.

Campo y ciudad: dos universos sin relación

Desde su misma constitución, la historiografía tradicional del mundo rural porteño reprodujo una imagen de la pampa cronológica e ideológicamente vinculada al imaginario nacional instituido en el siglo XIX por la generación que toma el poder después de la caída de Rosas y decide re-fundar la nación. Tributarias de aquella vieja polarización civilización-barbarie, estas interpretaciones desde la perspectiva romántica concibieron al campo y a la ciudad como universos culturales en lucha perpetua y, desde la perspectiva materialista, como componentes antagónicos de una especie de economía dual primitiva/moderna (HALPERIN DONGHI, 1996; ROMERO, 1986).
De este modo, la “invención” de una campaña como un territorio desierto, vacío de relaciones sociales pero, al mismo tiempo, cargado de atributos negativos, fue políticamente funcional a un proyecto de país articulado a partir de una idea clave: el futuro de la nación residía en su poblamiento, los inmigrantes europeos transformarían este desierto en una sociedad civilizada. En este modo de interpretar la configuración y posterior desarrollo del mundo agrario, los aspectos ligados a la dimensión histórica del espacio fueron olvidados. Espacio y tiempo disociados, la imagen de la campaña construida fue la de un desierto inmóvil, uniforme y sin dinamismo propio. Las crónicas de los viajeros europeos, principalmente la de aquellos procedentes de la industrializada Inglaterra, constituyeron las fuentes documentales de muchas de las reflexiones de esta historiografía tradicional. Esta perspectiva, destacó de los textos considerados sólo aquellos pasajes que subrayaban los condicionamientos del medio natural y su proyección sobre las características (y las capacidades) de sus habitantes, desde una mirada ajena al desarrollo agropastoril de la pampa y el litoral argentino, basada tanto en postulados románticos como científico utilitarios insertos en los esquemas del nuevo evolucionismo social. Miradas que, colocando en el centro de los relatos los temas de interés para el público europeo contemporáneo, resaltaban lo exótico de estas realidades, presentándolas a partir de la oposición entre dos modos de vida: uno, familiar, asociado a la cultura urbana europea, y otro, alejado de estas formas de raciocinio, vinculado al nomadismo de las etapas más primitivas del hombre. Es así como, pese a las distintas ponderaciones que hallamos acerca de la ciudad de Buenos Aires, en todas estas crónicas, la imagen de los hombres y las formas cotidianas de la vida citadina aparecen siempre enfrentadas a las de la pampa y a la de su habitante característico, el gaucho.
El progreso urbano, como manifestación de lo construido material y socialmente por el hombre, se opone así al paisaje rural; los ojos europeos subsumirán en la naturaleza, la cultura y la historia del mundo rural pampeano vaciándolo, en el camino, de significaciones sociales y económicas. La antítesis cultura/naturaleza es también la de civilización/barbarie, representando el primero de estos conceptos un amplio abanico de opciones. Para algunos viajeros rigurosos en sus objetivos de exploración mercantil, esta idea se reducirá a la introducción de distintas actividades o técnicas de aprovechamiento económico del territorio 7. Para otros viajeros, en cambio, aparece más claramente asociada a una especie de “misión civilizadora” que los europeos (en especial los ingleses) asumen como parte de sus planes imperiales de expansión planetaria. Desde esta perspectiva, Alexander Gillespie (1986, p. 63) manifiesta que: “Nuestra llegada, sin embargo, dio estímulo a la economía e industria", augurando que “un día más brillante pronto alboreará sobre aquella tierra sin luz y que las dotes mentales de su población antes de mucho comenzarán una carrera hacia la perfección, lado a lado, con sus energías y el mejoramiento nacional” 8. En muchos aspectos estas ideas se conjugan para presentar a la ciudad de Buenos Aires en relatos que frecuentemente suelen iniciarse con una imagen del peculiar puerto de la capital, para cerrarse con las impresionistas imágenes de los corrales y mataderos públicos. Desde el puerto, vínculo de la ciudad con el mundo y base de su creciente prosperidad, hacia la periferia urbana, ligada en estos casos al faenamiento de vacunos para el abasto, y, luego, el campo abierto, las narraciones van estableciendo a partir de estas imágenes una suerte de “gradiente” de civilización.
En un primer espacio estos cronistas ambulantes describen a la ciudad física, el trazado irregular de su planta urbana, las características de sus edificios, el dinamismo de sus actividades económicas. Y aquí las opiniones son encontradas, para viajeros como Samuel Haigh 9 los aspectos a destacar de Buenos Aires son aquellos que acercan a la ciudad a las urbes europeas, los signos evidentes de desarrollo, sobre todo el comercial ligado a la exportación de materias primas, que la convierte en plaza privilegiada para la producción industrial inglesa,

 
El comercio de Buenos Aires consiste principalmente en exportaciones de cueros y sebo y mucha gente se ocupa en acopiar estos artículos en las Pampas. […] Las importaciones de Inglaterra son principalmente lanas tejidas de Halifax, Huddersfield, Leeds, Wakefield, etc; algodones de Glasgow, Paisley, Manchester, etc; ferretería de Sheffield y de aquella ciudad (Birmingham) que el elegante y sublime Burke tan justamente denominó “juguetería de Europa”; no olvidando la alfarería de Worcester y Staffordshire, frágil mercadería que no resiste las grescas  domésticas, y tan pronto rota como reemplazada por aquellos  infatigables artífices de arcilla. Este último comercio ha sido muy provechoso. Se encuentran también en abundancia mercaderías francesas, indianas y chinescas (HAIG, 1920, p. 99).

Desde la misma perspectiva, Emeric Essex Vidal 10 evalúa este progreso vinculándolo a los importantes cambios políticos que se vienen sucediendo desde fines del siglo XVIII: “Antes de que Buenos Aires llegase a ser el asiento del virrey, se la consideraba en rango, como la cuarta ciudad en Sud América, pero desde ese época ha sido reconocida como inferior a ninguna, salvo a Lima” (VIDAL, 1999, p. 49).
Sin embargo, muy distintas son las apreciaciones de John Miers 11 quien en primer lugar destaca que: “Nuestras impresiones, al tocar tierra, estaban en triste desacuerdo con la grandiosa representación que habíamos fijado a base de los relatos de quienes habían visitado la ciudad y en los libros de viajes referentes al país” (MIERS, 1968, p. 20). Decepcionado en sus expectativas urbanas, sus descripciones despojan a la capital porteña de todo realce material al asimilarla a un gran establecimiento carcelario improbable sede de la industria/civilización:

 
Fuimos desembarcados en una especie de espigón llamado Muelle, formado de bloques de micaesquisto en bruto; confundí con prisiones las casas que flanqueaban la costa, porque no tenían bastidores para vidrios y el vano estaba defendido por barrotes de hierro; pero al entrar en la ciudad observe que todas las casas estaban construidas en la misma forma y eran, en general, de un solo piso. Por el aspecto de abandono y su exterior mezquino mas parecían calabozos que habitaciones de un pueblo industrioso, civilizado y libre (MIERS, 1968, p. 21).

Muchos otros viajeros focalizan su descripción de la ciudad en lo que podríamos llamar las desviaciones de los códigos urbanísticos europeos, destacando el mal estado de las calles, la incomodidad de las viviendas o lo poco adecuado de las mismas para recibir a los extranjeros, resumiendo como decíamos en las imágenes del matadero el cúmulo de las imperfecciones de esta forma de vida urbana. Estas aristas del discurso, además de reforzar -por oposición- la imagen natural de la campaña que se prestan a recorrer, sirve para destacar los rasgos de la sociedad que se corresponde con este núcleo urbano.
En este sentido, hallamos mezclados en los relatos, consideraciones de las más variadas que incluyen desde observaciones acerca de las representaciones étnicas de esta población y sobre la particularidad de sus pautas de sociabilidad hasta reflexiones “sociológicas” vinculadas a sus tendencias políticas revolucionarias. Así, el representante de la corona sueca Juan Adan Graaner 12, enviado oficial al congreso que reunido en Tucumán declarará la independencia de estos territorios, observará que los porteños, aún apegados a viejos preceptos de pureza de sangre, “se jactan mucho, todavía hoy, de que la sangre de sus habitantes se ha conservado tolerablemente pura o con poca mezcla de sangre africana”. Luego, probablemente influido por estas representaciones el viajero, constatará que a medida que entra al país “el color de los habitantes comienza a oscurecerse visiblemente” (GRAANER, 1949, p. 33) 13.
El “carácter” de esta sociedad es presentado por la mayoría de los viajeros como “agradable”, destacándose en todos ellos la hospitalidad y la buena disposición hacia los extranjeros (manifestada incluso pese la ausencia de las condiciones materiales elementales para una cómoda estadía). Por supuesto que también en este tema encontramos matices, sin embargo, pocos no comparten la opinión de Jean Baptiste Douville 14, quien, pese a sus inconvenientes con el gobierno de Rivadavia (o posiblemente por ello), descubre que:

 
El habitante de Buenos Aires es, en general, muy bueno, amigo del lujo y de todo lo que es novedad. Es confiado, a pesar de haber sido muchas veces engañado por los extranjeros. No los quiere sino por interés. Se coloca a distancia de ellos cuando no necesita de sus servicios. Pero los extranjeros son, en general, bien considerados (DOUVILLE, 1984, p. 128).

Y la de Samuel Haigh:

 
Todos los jóvenes son buenos jinetes y se enorgullecen de poseer un caballo de cría andaluza. Son valientes, liberales y desinteresados, pero algo orgullosos y arrogantes; […] la sociedad de Buenos Aires es agradable; después de ser presentado en forma a una familia, se considera completamente dentro de la etiqueta visitar a la hora de tertulia, sin embargo es la  más acostumbrada (HAIGH, 1920, p. 94).

Las costumbres civilizadas de la élite urbana de Buenos Aires acercan a los porteños a las formas de vida europea, aunque -al igual que las características físicas de la ciudad- esta cultura no reproduce acabadamente el modelo que sirve como vara de medida. Desde esta perspectiva, el mismo viajero acota “no hay duda que es ciudad mucho más adelantada que la vieja España en lo tocante a moda y progreso moderno; las maneras de los habitantes se asemejan más a las de las dos grandes capitales, Londres y París, que a las de sus más tranquilos y silenciosos vecinos, los holandeses” (HAIGH, 1920, p. 95). Alejados del declinante imperio español, desactualizado hasta en sus modos de vida, los hábitos de la sociedad se modernizan pese a que “las costumbres de los hispanoamericanos, alimentos y horas de comer, son diferentes de las de los ingleses y franceses” (HEAD, 1986, p. 132) 15.
La misma percepción asocia estas normas particulares de cultura citadina a las nuevas prácticas de participación política. En este esquema no sorprende constatar que el rol protagónico en el proceso revolucionario asumido por la antigua capital virreinal se vincule con “la mejor sociedad de hombres”:

 
como puede decirse que esta ciudad es cuna de la Revolución, la política y el espíritu de partido predominan y, en algunas ocasiones, se han humedecido las calles con sangre ciudadana, por cuestiones políticas y en el patíbulo. Más procedimientos de sangre se han manifestado en Buenos Aires que en cualquier otra ciudad sudamericana (HAIGH, 1920, p. 95).

Sin embargo, la mirada europea, atenta quizás a las demandas de un público más interesado en lo anecdótico, se detendrá poco en estos aspectos políticos para destacar los rasgos más mundanos de una sociedad amante del lujo y del placer. Así, Haigh (1920, p. 94-95) no duda en insertar en sus descripciones de la ciudad acotaciones del tipo: “Hay en Buenos Aires sastres ingleses y franceses, modistas y tiendas que siguen de cerca las mejores modas europeas”, presencia que, por supuesto, explica el buen vestir de “los caballeros de Buenos Aires” semejante al de “los de igual clase en Londres o París”. Aunque este buen gusto no parece extenderse a otros aspectos, a juzgar por el comentario de Head (1986, p. 131) quien también registra las expresiones de riqueza suntuaria pero asociándolas al desconocimiento de los modos “adecuados” de uso:

 
Algunas principales familias porteñas amueblan sus cuartos de manera costosísima pero incómoda: colocan sobre el piso de ladrillo un chillón triple de Bruselas, cuelgan de los tirantes una araña de cristal, y ponen contra una pared húmeda, blanqueada numerosas sillas norteamericanas de origen chabacano. Tienen piano inglés y algunos jarrones de mármol, pero no tienen idea alguna para arreglar los muebles de forma cómoda.

Y el mismo Douville (1984, p. 131) completa su crónica apuntando que: “El gusto por el placer es tan grande que durante el bloqueo, mientras que la miseria estaba en su punto máximo, el teatro estaba lleno y los bailes eran muy numerosos” 16. Recordemos que esta caracterización de la población porteña que, con sus matices, es considerada positivamente por algunos viajeros corresponde exclusivamente a los habitantes de la ciudad:

 
Esos lindos rasgos de carácter corresponden exclusivamente a la gente que tiene residencia fija y se asocian en número, y de ninguna manera a los peones errantes, que son vagos por hábito, rechazan los refinamientos de la vida doméstica y no tienen ningún otro deseo terrenal que los placeres de la indolencia o la ganancia del despojo para satisfacer sus vicios (GILLESPIE, 1986, p. 70).

Como decíamos, también en el plano social la ciudad y la campaña son presentadas como dos universos sin contacto. Esta dicotomía es de tal magnitud que permite a Miers (1968, p. 39) señalar que: “Muy pocas personas de Buenos Aires han viajado por el interior del país y lo que saben acerca de él es poco más que lo que conoce la gente de Londres”. Desde la ciudad, entonces, la pampa se abre a la mirada del viajero como un mundo desconocido que, no obstante o probablemente por ello mismo, podrá ser representado como la antítesis natural y social de los paradigmas de la sociedad urbana: como desierto inculto y gaucho primitivo.
Los relatos asocian a ambos en torno a dos percepciones que, nuevamente, evidencian la combinación de ideas ilustradas y románticas. Por un lado, y siempre en primer lugar, los viajeros destacan la decisiva influencia del medio natural sobre el hombre y sus costumbres (Montesquieu). En este caso, como veremos luego al ocuparnos de sus consideraciones respecto al desarrollo agrícola rioplatense, el desierto tiene las mismas connotaciones negativas que le atribuirá Sarmiento. Así califica Miers (1968, p. 68) la experiencia de “un viajero que ha recorrido un largo desierto tedioso, de varios cientos de millas sin hallar variedad, y habitado tan solo por unos pocos bárbaros”. Agregando que en la provincia de Córdoba, dónde “El monte se espesaba a la derecha de nuestro camino y las poblaciones parecían mas numerosas [...] El aspecto general de la gente difería del de los habitantes de la pampa; eran mas bajos, más limpios y de mejor aspecto” (MIERS, 1968, p. 69). Por otro lado, estos europeos que se urbanizan e industrializan muchas veces equiparan este paisaje exótico al orden más armónico (pero primitivo) de las primeras etapas de la historia de la humanidad: “El conjunto de la escena tenía mucho de vida oriental: la vasta soledad, la sencillez primitiva del paisaje me daban la impresión de encontrarme entre los beduinos de Arabia o junto a la morada de Isaac y Rebeca” (MAC CANN, 1985, p. 217). En el relato de William Mac Cann 17 esta asociación aparece reforzada por comparaciones entre las costumbres de los nativos y aquellas de los ingleses establecidos en la campaña, mientras que las estancias de sus compatriotas constituyen en su viaje casi los únicos “oasis” de civilización, los modos de vida de los gauchos lo transportan

 
a los tiempos de los patriarcas que se describen en el Antiguo Testamento. Este género de vida y los sentimientos de estos pobladores tienen mucho de las épocas patriarcales; falta un solo elemento para realizar aquellas escenas y asociaciones primitivas: son las tiendas. De vivir en tabernáculos, las narraciones de los tiempos bíblicos se adaptan a la vida de estas pampas en el momento actual (MAC CANN, 1985, p. 208).

La misma tensión de representaciones encontramos entre los viajeros que románticamente presentan al gaucho como el mismo “retrato del bello ideal de la libertad” (por ejemplo Haigh), al tiempo que repetidamente destacan su renuencia al trabajo: “Los recursos del país no se aprovechan porque los habitantes son poco industriosos” (MAC CANN, 1985, p. 212). En muchas de las narraciones consideradas, esta última perspectiva se traduce en la simple eliminación de la presencia del trabajo y, en consecuencia, de las relaciones económicas y sociales a éste asociadas. Así, en su caracterización de la población rural Miers señala que, pese a tratarse de gente “robusta, musculosa y atlética”: “Toda actividad corporal, por pequeña que sea, excepto montar a caballo, es mal vista por la gente de este país”, particularidad que es todavía más negativa en tanto que “El escaso uso que hacen de su inteligencia es para mentir y engañarlo a uno con bajas astucias”. Agreguemos que esta idea se acentúa en las escasas referencias que hallamos sobre las mujeres que poblaban la campaña: “Su mayor placer es estar todo el día sentada tomando sol, o entretenida en su diversión favorita, a la cual son particularmente afectas las mujeres; sacarse unas a otras los bichos del cabello” (MIERS, 1968, p. 38-40).
También podemos vincular esta insistencia en la escasa inclinación del gaucho al trabajo con la idea de una naturaleza pródiga que, a semejanza del paraíso original, asegura al hombre su sustento sin esfuerzo: “A pesar de la extrema negligencia de los habitantes, este país fértil y casi incultivado, provee a las primeras necesidades de su vida y les ofrece gran numero de comodidades; hasta les proporciona abundancia y lujo” (GRAANER, 1949, p. 28). Es así como contradictoriamente con la imagen construida por los viajeros de la pampa como espacio desierto, es la misma llanura la que permite al gaucho vivir sin trabajar. Así resume esta forma de vida el viajero francés J-B. Douville:

 
Los habitantes del campo conocidos con el nombre de gauchos son semisalvajes. Tienen todos los vicios de los europeos sin ninguna de sus buenas cualidades. El gaucho pasa su vida sin hacer nada. La guitarra en la mano, un cigarrillo en la boca, y un pequeño vaso de aguardiente a su lado, he aquí su vida. La mujer hace cocer un poco de carne que sacia su hambre. A la tarde el gaucho monta a caballo para ir a ver un amigo, o si no se queda en su rancho y recibe a los viajeros. De tiempo en tiempo vende alguno de sus animales para comprar aguardiente o pastillas, golosinas y toda clase de dulces. Cuando va a la ciudad vuelve siempre sin dinero en el bolsillo; todo queda en casa del confitero (DOUVILLE, 1984, p. 125).

Para todos nuestros viajeros es evidente que el hombre se perfecciona en sociedad, en estado natural es un salvaje incapaz de progreso, aunque, como decíamos, no por ello deja de encarnar ideales arquetípicos de libertad, igualitarismo y elegancia física. Y es así como, en consonancia con el medio natural que habita, el gaucho rioplatense representa para algunos de ellos al hombre aún no contaminado por los males de la civilización. En esta perspectiva se enmarcan, por ejemplo, los comentarios de Bond Head (1986, p. 156):

 
Encontré los caballos en el corral y el maestro de posta, en cuya casa había dormido varias veces, me dio un caballo de galope largo y un hermosísimo gaucho por guía. Tuve una larga conversación con este hombre mientras galopábamos, y hallé que era de espíritu muy noble. […] Le pregunté que edad tenía, y dijo: “quien sabe”. Era inútil hacerle preguntas; así, mirando en ocasiones su figura y cara particularmente hermosas, […] pensaba que diría la gente en  Inglaterra de un hombre que no sabía leer ni escribir, y que nunca había visto tres ranchos juntos etc. etc. cuando el gaucho indicó el cielo diciendo: “¡mire allí está el león!”. Salí de mi ensueño y me restregué los ojos, pero sin resultado, hasta que por fin me mostró muy alto en el aire, numerosos grandes buitres que volaban sin mover las alas; me dijo que andaban allí porque andaba algún león devorando alguna osamenta y los había espantado.” Además, “sus ideas son todas de igualdad.

De esta manera, no muy diferente a la de las visiones que los pintaban como “vagos y mal entretenidos”, la apreciación positiva del carácter del gaucho, prototipo en el que quedan resumidos todos los pobladores rurales, aparece asociada a sus propios rasgos de primitivismo.
Abrevando en estas fuentes, aunque sólo para rescatar los aspectos negativos de la imagen construida, los historiadores argentinos de mediados de la década de 1950 todavía consideraban al gaucho y su estilo de vida como “factor de barbarie regresiva y de anarquía disolvente”. Y pensaban la identidad nacional asociada a esa nefasta condición:

 
Las características sociales que la vida pastoril infundió en los habitantes fueron asimiladas por éstos y legadas a sus descendientes por vía de herencia, con derivaciones políticas, sociales y económicas de la mayor importancia. Por ello la influencia del ganado vacuno, de sus productos o de sus servicios está íntimamente ligada a toda nuestra historia, especialmente a la del Litoral; y su influencia perdura aún hoy en forma de factor racial, ya que nuestro estado de civilización no permite una influencia directa (CONI, 1956, p. 5 y  93).

En paralelo, esta misma historiografía tradicional reconstruyó la historia “urbana” del Buenos Aires colonial como una épica hispanista. Descubriendo ya en la fundación misma de la ciudad indicios claros de su futuro liderazgo político y económico, se interesó especialmente en el periodo virreinal, momento en que se habrían instituido los rasgos distintivos de la nacionalidad. Así, el establecimiento de Garay en la costas del Río de la Plata se presentó como “el punto final y coronamiento de la colonización” (LEVENE, 1927, p. 203). Continuando esta perspectiva, las investigaciones se ocuparon de la evolución histórica de la ciudad destacando “ese incontenible afán de superación y ciega fe en sus destinos que aún la caracterizan” (ZABALA; GANDÍA, 1986, p. 529) a fin de describir su crecimiento, primero, como centro político, administrativo y mercantil de la metrópoli, luego, como cuna de las ideas liberales de la revolución de mayo y, por último, como único nexo (cultural y comercial) del país con el mundo occidental decimonónico.
Durante los difíciles años de la crisis de 1930, la historiografía se encargó de recordar las promesas de un futuro esplendor reconstruyendo las glorias pasadas, la historia demostraba que Buenos Aires era “La ciudad que triunfa de todos los obstáculos”,

 
La población de don Pedro de Mendoza, que vivió angustiosamente bajo el espectro del hambre, fue desde fines del siglo XVII ciudad del bienestar y la victoria. Ya en el siglo XVIII convirtióse en el centro de la reorganización de los dominios hispánicos de ultramar y capital del virreynato, que era un coloso geográfico, preparándose para ser la cuna de la trascendental Revolución de Mayo, llevando en triunfo a América los ideales de la independencia y la Libertad. (LEVENE, 1936, p. 19-20).

Los estudios posteriores prosiguieron resaltando las virtudes urbanas porteñas, destacando que durante el periodo que media entre la independencia y mediados del XIX, aunque fundamentalmente durante el rosismo, este espiritu tiene su contracara en lo rural. Se trata, en efecto, de “una sociedad dividida entre lo urbano y lo rural de manera tajante porque la cultura, educación, riqueza de sus formas externas, el gobierno y las decisiones están polarizadas en la urbe, mientras que la barbarie, el atraso, el trabajo rudo se concentra en la campaña” (CARRETERO, 1972).
Las representaciones historiográficas de la pampa como un territorio vacío y homogéneo, colmado de vacas y habitado por unos pocos gauchos errantes, recién comenzaron a ser matizadas por estudios interesados en la historia social y económica de los ecosistemas agrarios. Desde esta perspectiva, inscripta en la renovación de los años ´80, fue posible analizar la interacción hombre-naturaleza y sus recíprocas influencias 18 y complejizar a partir de estas variadas relaciones el paisaje y la sociedad rioplatense. Hoy, una serie de investigaciones centradas en la reconstrucción de las características sociodemográficas y económicas de los diversos pagos de la campaña porteña ya han consolidado la imagen de un mundo rural productivamente heterogéneo a nivel intrarregional (con áreas de ganadería -no exclusivamente vacuna-, de agricultura y mixtas), explicando esta diversidad en función de las bases poblacionales del proceso, con las distintas fases y modalidades de la ocupación del espacio. Estos aportes se suman a los de las pocas investigaciones interesadas en los modos de comercialización y financiación rural para revelar la necesidad de integrar en la explicación de este proceso de expansión, las complejas relaciones entabladas entre la campaña productora y el mercado urbano consumidor. En un contexto de rápidas transformaciones económicas, que conjuga (entre otros factores) crecimiento de las exportaciones pecuarias, avance territorial, sostenido incremento demográfico rural/urbano (con la consecuente ampliación y consolidación de la demanda urbana), pervivencia de la pequeña explotación y desarrollo de la gran propiedad, el análisis de las relaciones de producción y comercialización vinculadas al abasto agrícola y ganadero citadino adquiere particular interés historiográfico. Porque, tal como advertía Jean-Baptiste Douville (1984, p. 125), pese a las representaciones de la misma élite porteña: “la verdadera mina de oro del país existe todavía: un suelo fértil, capaz de producir las mas grandes riquezas”.

Los viajeros y la agricultura o ¿cómo arar en el mar?

Podríamos decir que uno de los primeros pasos en la revisión crítica de la imagen tradicional de una campaña poblada sólo por estancias, gauchos y ganado fue dado por aquellas investigaciones que, basadas principalmente en el análisis de los diezmos, redimensionaron el peso de la agricultura en el conjunto de la economía rioplatense colonial y tardo colonial. Demostrando la coexistencia y crecimiento durante todo este período de grandes chacras cerealeras en las cercanías de la ciudad, de estancias y, también, de pequeñas y medianas explotaciones familiares que en el resto de la campaña combinaban la cría con el cultivo, estos trabajos evidenciaron la dinámica propia de la producción agrícola y la heterogeneidad de actores y procesos a ella vinculados 19. La continuidad de estos estudios demuestra para la primera mitad del siglo XIX, la persistencia y aún el crecimiento de esta actividad, aunque a ritmos no tan acelerados y con disímiles características. Hoy sabemos que, pese a las muchas dificultades derivadas de los cambios introducidos por la revolución y la guerra, la agricultura mercantil se consolida en las áreas de más antigua ocupación y se extiende hacia la frontera, articulando en su avance nuevos actores y desarrollos (cimentando en definitiva, la gran expansión de la segunda mitad de siglo) 20.
La referencia a la agricultura es una constante en las crónicas de los viajeros que nos ocupan, aunque en la gran mayoría de los casos la acotación apunta a hacer notar su ausencia. Lejos de las parceladas e intensivamente cultivadas campiñas europeas, los cronistas convierten a la llanura pampeana en un vasto océano, proyectando sobre el territorio visitado una imagen de clara reminiscencia romántica. Así, para Peter Campbell Scarlett (1957, p. 51) 21 la pampa asemeja a un “calmo mar”, una llanura en la que “a veces el lomo de un caballo o vaca es el único objeto que se eleva por sobre ese océano de pasto” 22. Asociando esta ausencia a los determinismos de un clima poco apto para el desarrollo de actividades sedentarias y extrapolando estas mismas características al carácter de sus habitantes, la pampa se transforma en un mar desierto, sin horizonte de civilización.
Así percibía el paisaje y la población porteña John Miers (1968, p. 32), viajero que hacia 1818 pasaba por Buenos Aires rumbo a Chile (lugar dónde pensaba amasar fortuna instalando una “gran empresa para refinar, laminar y manufacturar el cobre”): “el territorio que atravesábamos era una planicie ininterrumpida [...] en ninguna dirección se divisaba ni la más pequeña elevación de terreno; ni un árbol; la planicie parecía sin limites y con excepción de los pequeños manchones de estancias, completamente inculta”. Se trataba en realidad de “un largo desierto tedioso, de varios cientos de millas  sin hallar variedad, y habitado tan solo por unos pocos bárbaros” (MIERS, 1968, p.68), gente que “aún cuando vive en un suelo de gran fertilidad y no tiene nada que hacer, jamás cultiva ni la mas pequeña extensión” (MIERS, 1968, p. 39). Y, por supuesto, ambas características implicaban que tampoco el viajero encontrara en su camino pueblos, indicio de vida sedentaria o civilizada “la gente no habita en poblaciones” (MIERS, 1968, p. 39) 23.
Asimismo, Miers (1968, p. 41) no se privaba de proyectar sus observaciones sobre el paisaje y sus pobladores a otros campos, vaticinando para la nueva nación un futuro bastante poco alentador: “El estado de embotamiento de sus mentes ha sido y seguirá siendo el mayor obstáculo para el adelanto moral y político de este país”. Agregando que “Se gobiernan a si mismos por ideas inmorales, pero se someterán a una tiranía altanera y ultrajante, no importa quien la practique” (MIERS, 1968, p. 45). Posteriormente, estas ideas que unían, a partir de sus ausencias, la agricultura a la civilización encuentran un marco de desarrollo más que propicio entre la elite que pensaba el país desde el exilio, empeñada en denostar un régimen político de clara base rural, asimilado por ella misma al despotismo y a la barbarie. Por otra parte, muchos de estos viajeros no dejan de sumar a estas consideraciones, otras de índole más utilitaria asociadas a las potencialidades económicas que en este ámbito especifico poseía la región. El propio Miers (1968, p. 33) constataba que “Donde se la cultiva produce con lujuria. Se necesita solamente la mano del hombre para transformar esta inmensa planicie en todo lo productiva que puede ser cualquier pradera”.
Otros como él vincularon las posibilidades ciertas de desarrollo agrícola a condicionamientos que hoy denominaríamos de carácter político-cultural. Esto mismo informaba al Príncipe Bernadotte de Suecia su comisionado oficial en el Río de la Plata, Juan Adan Graaner en 1817. Estableciendo una comparación cada vez más frecuente entre los viajeros, su mirada coteja ya no sólo la propia, y por ello conocida, realidad europea con la novedad de los procesos de sudamericanos, sino que, además, incorpora la del norte del continente:

 
Riquezas inagotables, clima saludable y suave, fertilidad sin igual, ríos inmensos o navegables hasta 400, 500 o 600 leguas hacia el interior (o que en todo caso pueden hacerse aptos para la navegación), mares tranquilos y sin escollos, puertos seguros y de fácil acceso, navegación abierta por igual a las Indias Orientales, a Europa y al África, sin contar las islas tan fértiles como preciadas del Pacifico, que no esperan para civilizarse sino relaciones sostenidas de comercio con el continente de la hasta ayer América española: tales son las grandes ventajas de estos países sobre los de la parte norte del continente, con los cuales la Naturaleza se ha mostrado menos prodiga, pero a los que ha dotado de habitantes industriosos y emprendedores (GRAANER, 1949, p. 18).

Sin embargo, sus opiniones respecto a la gente del país parecen ser más optimistas que las expresadas por J. Miers, y ello pesar de la crítica a la religión católica (muy frecuente también entre los europeos contemporáneos) asociada en sus juicios a las formas arcaicas del pasado imperialismo español:

 
es incontestable que la indolencia de los habitantes de estas provincias del sur, se origina menos en su falta de inteligencia que en su antiguo gobierno y en su sistema funesto de monopolio unido al despotismo de los sacerdotes, que, mediante supersticiones casi increíbles en Europa, han tratado y tratan todavía de sofocar o retardar todos los esfuerzos del entendimiento humano (MIERS, 1968, p. 18).

Al mismo tiempo, encontramos que en la mayoría de estos viajeros las pocas evidencias de desarrollo agrícola registradas son paradójicamente presentadas dentro del esquema interpretativo que opone el campo a la ciudad. Así, frente a la inmensa llanura “cubierta de animales domésticos y salvajes” que describe el militar sueco, las únicas tierras cultivadas son las de “las vecindades de la capital” (GRAANER, 1949, p. 31), estrecho territorio “cultivado en forma de quintas y huertas de durazneros y manzanos” cuyo límite marcaba para Miers (1968, p. 25-27) el hecho de que “Estábamos en plena campaña y dejábamos atrás los limites de una civilización tal como la ciudad de Buenos Aires es capaz de producir”. Hacia fines de la década de 1820, en su paso por San José de Flores Narcise Parchappe 24 describe en detalle este espacio periurbano de chacras y quintas, equiparándolas a las huertas y granjas europeas de la época. Su relato destaca, en primer lugar, la intensa actividad productivo mercantil del área evidenciada en el trajín de numerosos “vendedores de leche y verduras”, progreso que obviamente otorgaba al pueblo más cercano a la capital un aire “bastante europeo” (PARCHAPPE, 1977, p. 9-10).
Luego, su descripción ordena el territorio observado reproduciendo, casi literalmente, el esquema de uso racional del suelo elaborado por J. H. von Thünen (1851) según las características urbanas de la Europa decimonónica 25. Así, siguiendo los círculos productivos que -en la teoría y de hecho- rodeaban a las ciudades, a dos leguas de la capital el viajero entraba en un “terreno cortado por zanjas bordeadas por setos de aloes”, espacio en el que "numerosos montes de duraznos forman un inmenso bosque en el que sobresalen las azoteas de una cantidad de casas de campo”. Se trataba de las quintas destinadas al cultivo de árboles frutales, hortalizas y flores que, desde los cuarteles rurales de la misma traza urbana, vinculaban a la ciudad con su hinterland inmediato. Asimismo, a seis o siete leguas de Buenos Aires el viajero francés situaba el inicio de lo que denomina el “radio de las chacras”, explotaciones que presentaba como establecimientos netamente agrícolas dedicados a la producción de cereales (especialmente trigo, cebada y maíz) (PARCHAPPE, 1977, p. 9-10). De esta manera, la mirada extranjera traduce culturalmente las peculiaridades espaciales de la expansión de una agricultura frutihortícola y cerealera de neto corte mercantil y la consiguiente configuración de un nuevo espacio (por ahora productivo, pero ya veremos que también social) entre el campo y la ciudad. Un aspecto del desarrollo rural porteño de la primera mitad del siglo XIX posteriormente ignorado por la historiografía tradicional. Las visiones que limitaron la evolución económica rioplatense colonial y decimonónica a la consolidación de la estancia ganadera, e incluso aquellas que luego explicaron la gran expansión de fines del XIX como resultante de cambios radicales, principalmente inducidos por factores de índole externa, plantearon la existencia de una economía rural tradicional que oponiéndose a otra urbana estimada como moderna,no dejaba lugar al análisis de los procesos productivos rurales/urbanos orientados al abasto de la demanda citadina.
Al igual que en los relatos de viajeros, para los representantes de esta historiografía, la agricultura casi no existió en la campaña rioplatense hasta mediados del siglo XIX. En consonancia con la construcción de un paisaje de grandes estancias ganaderas, donde gauchos y vacunos vagaban en una pampa sin horizonte “No existía la Agricultura a pleno campo, como en el resto del país y del mundo” (CONI, 1956, p. 81-82) 26. Por lo tanto, “Se podría concluir: una sociedad rural sin campesinos”, y por ello “en el campo no se consumía cereales (ni pan ni galleta) ni hortalizas sino exclusivamente carne” (GAIGNARD, 1989, p. 88-89). La actividad, en realidad, constituía “una industria pura y exclusivamente suburbana [...] Y es que más adentro de la campaña, el ganado -fuese doméstico o cimarrón-, sin cercos que lo contuvieran, reinaba dueño y señor” (CONI, 1956, p. 83). Recién hacia 1848 (con la introducción del alambrado), los cultivos “campaña adentro” se libraron de la “tiranía animal” para iniciar el desarrollo que convirtió a la región en el centro más dinámico de un país que llegó a pensarse como “el granero del mundo”.
Los estudios que, desde esta perspectiva, ahondaron en los temas vinculados a la propiedad de la tierra durante el rosismo, se ocuparon tangencialmente de los establecimientos ubicados en el cinturón fruti-hortícola y cerealero que rodeaba a Buenos Aires. En estos casos, las chacras y quintas de los entornos agrarios fueron descriptas como casas de recreo, fuente de prestigio de la élite o explotaciones de muy reducidas dimensiones (inferiores a una legua cuadrada) que “en el tiempo histórico considerado no representaban económica ni productivamente nada o casi nada” (CARRETERO, 1972; 1970).
El estudio del área periurbana se integra a la historia rural rioplatense a partir del aporte de las distintas investigaciones que continúan la renovación historiográfica de los años ochenta. El descentramiento de la gran estancia ganadera como rasgo consagrado de este mundo agrario en formación, hizo de hecho posible plantear la heterogeneidad de la sociedad y la producción rural y relacionar las particularidades locales con las características de los ecosistemas, las formas y antigüedad de los asentamientos y las modalidades de acceso al usufructo y a la propiedad de la tierra, entre otros aspectos. De esta manera, en el nuevo contexto de una campaña poblada de pequeñas y medianas explotaciones, donde labradores y pastores afirman su presencia y continuidad frente al avance de los grandes establecimientos gracias a una dinámica interacción con el mercado, la perspectiva tradicional que según el esquema decimonónico, sugiere un desarrollo rural completamente disociado del urbano pierde sustento (CILIBERTO, 2004).
Hoy, son varias las investigaciones que abordan el estudio de las modalidades y condiciones de la producción agrícola en los entornos agrarios de la ciudad, ya sea analizando las estrategias mercantiles de los pequeños labradores, el perfil socioeconómico de los propietarios, arrendatarios y ocupantes de chacras y quintas o el capital productivo de estas explotaciones, e incluso, la peculiar litigiosidad judicial de un universo especialmente dinámico (y “moderno”) en cuanto al uso mercantil de los recursos productivos 27. Asimismo, desde otros intereses y perspectivas historiográficos, los historiadores de la política porteña del siglo XIX ahondan en el estudio de la sociedad suburbana al interrogarse sobre las formas de participación pública de la plebe urbana (DI MEGLIO, 2006). Mientras que desde una mirada “más rural”, los actuales estudios abordan las distintas dimensiones del complejo proceso de reconstrucción de un orden social e institucional reconocido y efectivo en la campaña durante la primera mitad del siglo XIX, prestando particular atención a los años del gobierno de Juan Manuel de Rosas 28. Atrapada por la exótica figura del gaucho a caballo recorriendo la pampa, la mirada europea de nuestros viajeros pocas veces percibe a los habitantes del espacio productivo más próximo a la ciudad. Más allá de las breves descripciones del cinturón de chacras y quintas suburbanas que venimos de referir, las escasas referencias a los pobladores de las “orillas” que encontramos, lejos de ser integradas como matices de una misma realidad rural, sirven para reforzar la contradicción entre los dos espacios que se presentan en estas crónicas como universos sin contacto.
De esta manera se pueden interpretar los comentarios de Campbell Scarlett acerca de los habitantes de los suburbios. De paso por Buenos Aires en un viaje cuyo destino final era la costa del Pacífico (y sus potencialidades para el comercio marítimo), este inglés arriba a la capital porteña durante el rosismo pero en un momento político particularmente crítico, el de la ocupación británica de las Islas de Malvinas (1834). Poniendo en evidencia el grado de politización de los peones ocupados en las actividades del abasto, el relato de Campbell Scarlett (1957, p. 46) asocia la imagen de una vida suburbana poco “civilizada” (es decir, alejada de las formas de urbanidad europeas) con la hostilidad manifestada hacia su persona por parte de esta “semi-barbara raza de rufianes criollos”, “irritables, vengativos, malhumorados, violentos”.
Podemos decir que buena parte de la fuerza de las imágenes construidas derivan de la antítesis constante que establece el viajero entre los modos de vida y “temperamentos” de estos trabajadores rurales de la ciudad y los de sus vecinos, los gauchos de la llanura. Asimilados al medio natural, éstos últimos no podían ser sino “como los antiguos patriarcas, amos de sus familias y de sus fuentes de provisión”, pacíficos y bien dispuestos para con los extranjeros (CAMPBELL SCARLETT, 1957, p. 46). Una variante más de la misma oposición campo/ciudad.

Los viajeros y el abasto de carne: el salvajismo del matadero

Pese a la imagen de una economía exclusivamente ganadera, proyectada en una sociedad de estancieros-terratenientes y gaúchos-peones, en la que tanto la gente del campo como la de la ciudad basaba su dieta cotidiana en el consumo masivo de carne vacuna, el tema del abastecimiento de este producto al centro urbano no recibe un tratamiento sistemático por parte de la historiografía tradicional. Se aborda sí el estudio de la producción ganadera (GIBERTI, 1985; MONTOYA, 1984), pero no el de su comercialización (a excepción del comercio de exportación de cueros y sebo) (BROIDE, 1951).
En el contexto específicamente rural, la imagen de la estancia tradicional de los “criollos” opuesta en sus características productivas a la de los extranjeros, no deja espacio para incluir los aspectos ligados a la realización comercial de su producción, puesto que dichas estancias aparecen planteadas como unidades cerradas en sí mismas, sin ningún tipo de rentabilidad ni de vinculación con los mercados. Así,

 
Don Marcos Zavaleta […] dirigía su estancia de catorce millas de largo por tres de ancho. Una casa muy respetable que había en la estancia, una huerta de treinta y cinco acres con muchos cientos de durazneros, higueras, manzanos y perales, además de excelente hortaliza, fueron comprados junto con la estancia […] Junto con todo había el derecho de tomar los peces y las tortugas que abundan en el río flotando por sus campos. […] Ese caballero tenía más de 60.000 cabezas de ganado, comprendidos en las varias denominaciones de caballos, vacas, yeguas, burros y mulas; […] Constantemente empleaba ochenta negros para vigilar esa especie de su hacienda, que montaban y cansaban dos caballos por esa tarea, soltándolos y no volviéndolos a montar quizás en una semana (MAC CANN, 1985, p. 56).

La mirada del viajero refleja en oposición a este tipo de establecimiento ganadero la realidad de las estancias de los ciudadanos ingleses como Clark, Taylor, Bell, Newton, Thwaites, Murria. En ellas aparece el escenario de quienes han podido romper con la forma de vivencia “primitiva” de los criollos. Desde esa perspectiva presenta un ámbito rural prolijo y con una actividad productiva e industrial (o manufacturera) activa, basada en el trabajo asalariado:

 
Junto al corral de la granja se halla instalada una fábrica para hervir o cocer carne de vaca: los tanques son de hierro, de procedencia inglesa y tienen capacidad para cien bueyes. […] La mayoría del personal empleado está constituida por irlandeses, gente muy laboriosa y que economiza casi todas sus ganancias. Puede dar una idea del número de personas empleadas, el hecho de que Mr. Clark faena una res cada tres días para el mantenimiento de su casa, aparte de las ovejas que consume (MAC CANN, 1985, p. 200).

Se destaca, asimismo, en estos viajeros al igual que en la historiografía tradicional, la dificultad de pensar el abasto de carne a la ciudad como una real actividad productiva, donde los procesos que implican la producción-comercialización y el consumo están ausentes o, aún cuando los mencionen o describan, no son vistos como tales. En estos casos, la dimensión mercantil de esta producción fundamental de la economía porteña sólo se descubre en el comercio de exportación:

 
El comercio de Buenos Aires consiste principalmente en exportación de cueros y sebo y mucha gente se ocupa en acopiar estos artículos en las Pampas. El charqui también es renglón considerable del comercio, y se exportan con frecuencia mulas para el Cabo de Buena Esperanza y las Indias Occidentales (HAIGH, 1920, p. 99).

Los temas recurrentes en estos relatos son la imagen de los rodeos y la matanza de ganado, así como la forma rudimentaria en que los pobladores rurales preparan la carne para su consumo, como costumbre típica de los “gauchos primitivos”. Aparece en estas imágenes la clara incidencia del determinismo climático en la configuración de determinados tipos humanos. Y, es en este sentido, como el “gaucho” libre y primitivo a la vez, es producto de un desierto, de una inmensa llanura que, al decir de Humboldt, trae a la mente “la superficie lisa del océano”. Las características físicas y morales de los gauchos que antes presentábamos en clara contradicción con las de los habitantes urbanos, aparecen entonces determinando las costumbres en torno a estos aspectos de la vida cotidiana de los gauchos. Así, nuevamente Miers (1968, p. 30) opinaba desde su sentido práctico:

 
Es uno de los procedimientos favoritos de cocinar, y se llama asado; de cualquier modo es muy bueno porque la rapidez de la operación evita la perdida del jugo que queda dentro de la carne. No retiran el espetón del fuego, y a medida que se va asando cada uno corta tajadas o bocados bastante grandes, directamente del trozo; comodidades como son mesas, sillas, tenedores, etc., les son desconocidas.

Mientras que la descripción de la yerra le servía para destacar los hábitos poco honestos de los peones:

 
Por sus llanuras Don Marcos había construido corrales donde se juntaban todos los hatos  de sus límites, y después de marcar cada bestia con pintura colorada mediante un instrumento de su elección, lo volvía a soltar. La marca en adelante, servía siempre para identificar el bruto como el de su propiedad particular; aunque los peones de ningún modo eran escrupulosos en elegir cualquiera que les conviniera (GILLESPIE, 1986, p. 51).

Específicamente para el ámbito urbano nos encontramos con la misma perspectiva según la cual las diferentes actividades relacionadas con la cría de ganado vacuno se asocian a las formas más primitivas de vida. Así, en los raros casos en los que el abasto de carne se incluye en el relato el mismo aparece como poco civilizado en el sentido de poco racional desde el punto de vista económico:

 
La ciudad es provista por gauchos, de modo que muestra gran falta de atención a las disposiciones que generalmente se encuentran en las comunidades civilizadas […] Los víveres se traen juntos sin el arreglo conveniente, con el resultado de que (exceptuando la carne) son más caros que en Londres, y a veces no se pueden obtener de ningún modo (HEAD, 1986, p. 133).

Tal como decíamos, es el comercio de exportación el tópico más señalado por parte de la historiografia que expresa que “Al valorizarse los cueros por aumento de las exportaciones, comienza el ocaso de las vaquerías y nace la estancia colonial con grandes vacunos sujetos al rodeo” (GIBERTI, 1985, p. 39). Vacunos que eran criados en las estancias no sólo por la escasez de mano de obra para otras actividades, sino principalmente porque “la dedicación al ganado vacuno, además, significó producir un bien exportable, o varios, para los cuales existía una demanda en el mercado mundial” (LYNCH, 1984, p. 89).
Pese a que “La carne constitutía un artículo de gran consumo en la ciudad”, lo cierto es que las redes de producción y abasto de carne no parecían existir: “El abundante ganado se alimentaba, reproducía y transportaba por su propia cuenta” (GIBERTI, 1985, p. 68). Tampoco aparecen, a inicios del periodo colonial, señales de su comercialización a otros mercados:

 
La exportación de 1655 puso término a esa primera etapa de del comercio de carnes del Río de la Plata. A partir de entonces y durante casi siglo y medio, como consecuencia de la falta de ventas al exterior, las carnes de los ganados carecieron, en ambas márgenes del Plata, de todo valor comercial. Tal es así, que al faenarse los animales en las vaquerías [...] las carnes se dejaban de lado y únicamente servían para alimento de las aves de rapiña o de los perros cimarrones (MONTOYA, 1970, p. 13-14).

En las vaquerías

 
se reunía un grupo de hombres, buenos jinetes, con ayuda de una res de perros salían todos a la compaña. Al toparse con vacunos cimarrones los rodeaban ayudados por los perros, corriendo tras ello y los herían […]. Terminada esta etapa, volvían los jinetes libres sus pasos y mataban las reses sacándole cuero, sebo y lengua. El resto quedaba sin aprovechar, para alimento de fieras y perros salvajes que pululaban en la campaña (GIBERTI, 1985, p. 29) 29.

De esta manera, el proceso de comercialización de ganado para el abasto no aparece como un tema de interés de los viajeros, y tampoco de aquellos que construyeron las primeras representaciones de la economía de nuestro país. Si bien en toda esta literatura la carne vacuna se presenta como la producción excluyente y principal producto de consumo, el proceso de cría, matanza y comercialización de animales para el aprovisionamiento de la capital y los pueblos rurales y, por ende, las redes económicas y sociales tejidas en torno a estas actividades, casi siempre son simplificados en imágenes que tienen como objetivo fundamental mostrar los contrastes de costumbres, paisajes y culturas. Estas imágenes, por su parte, al igual que las plasmadas en las representaciones de los rodeos o las matanzas de ganado, son marcadamente impresionistas. En este sentido, todos los relatos las pintan primitivas en sus formas, desprovistas de todo significado económico (sin ningún tipo de relación entre demanda y consumo). Es así como, la imagen impresionista y primitiva del matadero es reelaborada por los románticos de la generación del `37 y utilizada políticamente en esta confrontación de las formas rurales nativas, “salvajes”, y las formas europeas “civilizadas” y, por ello, “urbanas”, en definitiva, como una puesta en escena en la que resumen el carácter de la población porteña. Así, El Matadero de Esteban Echeverría (probablemente la representación más lograda de este ambiente impresionista y de esta perspectiva que asimila la actividad a lo primitivo en clave evolucionista), aparece en las descripciones del inglés Francis Bond Head cuya mirada estilizada y europea descubre el repertorio completo de esos rasgos salvajes. Al decir de Adolfo Prieto, la fuerza de los detalles condensados en esa parte de su relato ponen en movimiento la pintura realizada por E. E. Vidal de “El Matadero del Sud, una de las carnicerías públicas de Buenos Aires” (VIDAL, 1999, p. 79).
Actualmente, las investigaciones sobre el mundo rural rioplatense renovaron los argumentos tradicionales que estructuraron estas visiones acerca de la producción y comercialización para el abasto, abordando temas tales como el funcionamiento de las estancias, el desarrollo de la ganadería, el perfil socioeconómico de los estancieros o la evolución general del sistema de propiedad de la tierra. Desde los nuevos puntos de partida cimentados en la renovación historiográfica, distintos estudios han contribuido a repensar la problemática desde enfoques más atentos a las formas en que los actores movilizan sus recursos a través de redes sociales e institucionales, planteando a los mercados como resultados de estas construcciones sociales (SCHMIT, 2004).

Los viajeros y el comercio rural: pulperos usureros y parroquianos “mal entretenidos”

De acuerdo con la historiografía tradicional, la estructura social básica de la campaña compuesta por gauchos y estancieros, se completa con la figura de los pulperos. En este esquema, tanto unos como otros, mantienen entre sí un cierto grado de dependencia mutua. Los estancieros demandan para sus actividades productivas un cierto control sobre el gaucho errante y libre de la campaña, al que necesitan como mano de obra. Los pulperos, en cambio, los buscan como “clientes” para su negocio. De esta manera, “Pulperos shared common class interests with large landowners, justices of the peace (often ranchers), and military commanders, who shared a common desire to exploit the labor of the gaucho in a variety of ways” (SLATTA, 1982, p. 361).
Por su parte, el gaucho, eventualmente peón o miliciano, requiere para su subsistencia de ciertos “vicios” como yerba mate, alcohol de caña y tabaco; y algunos productos básicos, como ponchos, chiripa, espuelas y cuchillos. Productos que, ofrecidos exclusivamente en estos ámbitos, debe forzosamente comprar a precios exorbitantes al comerciante minorista rural. Una vez que ha consumido en la pulpería la totalidad de su salario, termina endeudándose con el pulpero/avaro. Así resume Narcise Parchappe (1977, p. 124) la situación:

 
El despacho [de la pulpería de Cruz de Guerra] comenzó ese mismo día y los soldados acudieron en tropel. El aguardiente, el vino, la galleta, las uvas secas, los higos, fueron festejados a porfía; y esos desdichados militares, esquilmados sin piedad, consumían, en una o dos oportunidades un mes entero de su sueldo.

Casi como un eco de las impresiones de estos viajeros, los historiadores de mediados del siglo XX, explican las características del comercio rural diciendo que

 
El gaucho se alimentaba de carne y vivía a caballo, pero su vida no terminaba allí. Libre o peón de estancia, se vestía con un poncho y un chiripá, clavaba sus espuelas en los flancos de su caballo, […] poseía además una pava para hervir el agua y, si tenía mujer, unos platos y una olla, además de un arca en la que ella guardaba sus faldas de algodón. Todo eso se compra, pues nada se fabrica en el lugar (GAIGNARD, 1989, p. 131).

Las necesidades de comprar estos bienes indispensables para la subsistencia resultaba, según esta perspectiva, de la total ausencia de una actividad industrial, aunque más no fuera incipiente: “La vida seminómade de la campaña pampeana del siglo XVIII y del siglo XIX y la muy baja densidad de población derivada de la explotación pastoril prácticamente han impedido la aparición de un artesanado” (GAIGNARD, 1989, p. 131) 30. Estas necesidades de abastecimiento y la misma imposibilidad de acceder a ellas por otros medios, determinaron las características personales del comerciante rural. El pulpero aparece, para estos historiadores, como un “hombre de gran habilidad, de gran codicia, de mucha ambición y nada le hacía detener en ese sentimiento. Con pocos elementos él anudaba su fortuna con lo que obtenía de los gauchos” (BOSSIO, 1972, p. 243). Por lo demás, “Enjoying a monopoly over many necessities and consumers items in rural areas, the pulpería wielded economic power over the gaucho masses” (SLATTA, 1982, p. 348).
Cabe señalar que la imagen del pulpero que se enriquece en pocos años gracias a la usura y a los beneficios obtenidos por las propias ventas de su negocio es interpretada en un sentido negativo por parte de esta historiografía tradicional que, además, lo relaciona con el comercio ilícito. Así se señala que “Tanto el contrabando como otros menesteres cercanos, se lo cargaron los sociólogos a los gauchos; también los viajeros incurrieron en ese error de apreciación […] El que en realidad era el contrabandista era el pulpero que por pocas chafalonías hacía el trueque con el criollo” (BOSSIO, 1972, p. 241-242). Por otra parte, el contrabando aparece como otro aspecto de la relación entre estancieros, gauchos y comerciantes: “the pulpero […] functioned as a contraband capitalist exploiting the landless masses and preying upon ranchers whose livestock provided the goods for illicit trade”. Al mismo tiempo, “Pulperos needed the gaucho to gather illicit goods (and suffer the gravest risks) that provides the profitable goods for contraband trade” (SLATTA, 1982, p. 347 y 361).
En este sentido, esta visión negativa se relaciona con las características atribuidas por buena parte de los viajeros a ciertos pobladores rurales. De esta manera es la forma en que suelen leerse varias de las descripciones que los viajeros hacen de los pulperos del interior de la campaña, así como también se evidencia en los adjetivos con los que estos extranjeros “califican” a los comerciantes rurales, así como a la población que frecuenta estas pulperías:

 
Los caminos de la provincia de Buenos Aires están cubiertos de pulperías, especie de tabernas que no dan alojamiento [...]. Se puede comprar en las pulperías vino, aguardiente, refrescos, yerba mate, tabaco, pan, queso, algunos artículos de quincallería; sirven de lugar y descanso a los viajeros y son el sitio de reunión de todos los holgazanes y gente de mal vivir de los alrededores; por eso a menudo se convierten en teatro de peleas que terminan, por lo general, en puñaladas (PARCHAPPE, 1977, p. 67).

En cambio, los pulperos de la ciudad como los de sus cercanías, son vistos de una manera más benevolente. Tanto las pulperías de los pueblos como las de los alrededores de la ciudad de Buenos Aires suelen aparecer como negocios abastecidos por una mayor variedad de mercaderías, cuya procedencia y/o consumo suele asociarse a las buenas costumbres y a la civilizada educación. Así, Alcide d’Orbigny 31, en su paso por San Nicolás destacaba que: “es, por lo demás, una ciudad muy comercial, donde se ven muchos negocios, comercios llenos de mercaderías de Europa, y su aspecto general es completamente europeo”. Llegando a San Pedro también advertía: “Se ve claramente que se trata de un villorrio naciente, que toma rápido crecimiento y que, en el porvenir, podrá llegar a ser muy importante [...] Hay ya, en el radio urbano, muchos negocios bastante bien montados de mercaderías extranjeras” (D’ORBIGNY, 1998, p. 508).
Basados en las percepciones de nuestros viajeros, los historiadores remarcan también estas diferencias oponiendo lo urbano-civilizado a lo rural-primitivo. Respecto de las características personales de quienes estaban al frente de estos negocios, esta historiografía señala que “La figura del pulpero no era, como es de suponer, nada pulcra; en un medio tosco, la suya no desentonaba con la de los parroquianos. Los del campo eran, por lo general, bravíos; pero muchos de la ciudad eran más apacibles”. Oposición que se repite en las costumbres de quienes frecuentan estos comercios. Así se indica que

 
En las pulperías de la ciudad, durante el verano, se consumían cantidades ingentes de refrescos, sangrías, vinagradas o naranjadas. […] Estas costumbres no siempre se ofrecían en el campo, pues eran particularidad de las pulperías de la ciudad; la llanura mantenía otros hábitos más toscos, más rudos, en total consonancia con la bravía vida que se debía llevar (BOSSIO, 1972, p. 62-63).

En las representaciones de los viajeros la existencia de actividades y relaciones mercantiles son siempre vistas en relación directa con el progreso. Es en función de este criterio que sus relatos asocian las características positivas del desarrollo de ciertos núcleos urbanos (pueblos) casi exclusivamente con sus funciones fundamentalmente comerciales. Esta mirada se presenta con claridad en el viajero inglés William Mac Cann al referirse a pueblos del sur y nuevo sur: “Chascomús es una pequeña ciudad, distante treinta leguas de Buenos Aires [...] pueden encontrarse algunos almacenes y pulperías y se han establecido unos pocos artesanos ingleses y de otras nacionalidades” (MAC CANN, 1985, p. 70), en tanto que

 
Tandil se encuentra a unas setenta leguas de Buenos Aires [...] Pero la línea de frontera se ha extendido con tanta rapidez hacia el sur y el Oeste, que el pueblo carece de importancia como punto de avanzada y se ha convertido más bien en centro comercial para la poblaciones circunvecinas (MAC CANN, 1985, p. 80).

Entre los múltiples aspectos de la pulpería rural, también es destacado por los viajeros, su carácter de ámbito de reunión, pero desde una perspectiva negativa como espacio de “vicios” y “juego”. Así grafica Miers a los “bodegones” rurales como centros de encuentro en los que sus dueños “estimulan todos los vicios para atraer parroquianos a sus negocios; promueven discordias y alientan toda mala inclinación que puedan darles ganancias” (MIERS, 1968, p. 59). De esta manera, las referencias de los viajeros sobre las pulperías destacan, nuevamente, los aspectos “perjudiciales” de las costumbres de los pobladores de “las pampas”, rescatando sólo aquellos hábitos mercantiles poco apegados a las normas en clara oposición a la imagen de los agentes de las casas comerciales europeas y sus formas más civilizadas de ejercer el comercio en la ciudad. Desde el punto de vista de la historiografía tradicional, no son distintas las descripciones: “Juegos, bebidas excitantes y guitarras son los elementos presentes en todas las reuniones de las pulperías” (RODRIGUEZ MOLAS, 1982, p. 18).
A pesar de los rasgos negativos que implican estas reuniones, los investigadores -incluso aquellos que todavía hoy abrevan en esta perspectiva historiográfica- no dejan de resaltar la importancia de las pulperías como lugares de encuentro donde podían comprarse vituallas varias y bebidas, intercambiar informaciones y noticias, jugar a los naipes y tocar la guitarra 32. Sin embargo, cabe notar que la pulpería rural no es vista como un ámbito de “sociabilidad” y “civilidad”. Destacando las características errantes, solitarias e individualistas del gaucho, estos historiadores expresan que “El hombre de la pampa, nuestro campesino, careció del sentido de la sociedad como el que estimuló la creación del club. Cuando llegó a la pulpería lo hizo más con el espíritu de un esparcimiento circunstancial, que por un acuerdo de seres en sociedad”. En este sentido, se establece una clara diferenciación entre los encuentros que se realizaban en las pulperías de la campaña y las reuniones en los clubes de la ciudad de Buenos Aires. Éstas últimas aparecen como manifestaciones del impulso de la vida social y hasta como promotoras “clandestinas” de las ideas políticas, mientras que “la vinculación entre los hombres de nuestra campaña era mucho menos social como para suponer la presencia de un club en la pulpería” (BOSSIO, 1972, p. 56-57) 33.
Alejándose de estas imágenes estereotipadas reforzadas por el folclore costumbrista, actualmente distintos estudios han comenzado a indagar sobre los negocios de pequeños y medianos comerciantes y sus relaciones con la producción agraria. Por ejemplo, la investigación sobre las actividades mercantiles de los pequeños comerciantes urbanos porteños entre mediados del siglo XVIII e inicios del siglo XIX coordinada por Carlos Mayo, estudio que también incursiona en el análisis de “la anatomía” de las pulperías rurales del período. O los trabajos que, a través de un minucioso estudios de patrimonios, capitales, stocks de mercaderías, ponen en evidencia la heterogeneidad de este grupo de intermediarios y la complejidad de las tramas de relaciones comerciales/personales en las que actuaban, además, como agentes de crédito (MAYO, 2000; ROSAS PRINCIPI, 2002, 2004; DUART, 2005). A partir de la renovación historiográfica de los años ’80, a la que ya hemos hecho referencia, hoy bien se conoce la diversidad productiva y social de la campaña. Esta complejidad también se manifiesta entre quienes se dedicaban al comercio rural. Desde esta perspectiva, estos trabajos comienzan a mostrar un extendido tejido de comercialización conformado por pequeños y medianos comerciantes que compiten entre sí, generando múltiples estrategias comerciales y patrimoniales.

A modo de cierre

               En el presente trabajo ensayamos mostrar cómo las representaciones de una sociedad y un paisaje marcadamente distintos a los europeos, construidos por los viajeros que llegaban a Buenos Aires y a su hinterland rural durante la primera mitad del siglo XIX, polarizaban las imágenes de estas realidades en la oposición campo/ciudad. Y cómo estas concepciones fueron compartidas y re-elaboradas por los hacedores de la historiografía tradicional. Precisamente durante años los estudios sobre el mundo rural rioplatense reprodujeron una imagen de la campaña cronológica y ideológicamente vinculada al imaginario nacional instituido a fines del siglo XIX. Procuramos, entonces, analizar aquellos relatos de viajeros que detenían su mirada en los principales rasgos que conforman esta imagen de lo rural como un paisaje vacío de relaciones y de lo urbano como una sociedad compleja. Las temáticas que consideramos claves al respecto vincularon el desarrollo agrícola pampeano con las actividades ganaderas propias del abasto citadino y las redes de comercialización rural sintetizadas en la imagen de las pulperías rurales. Articulando los relatos a partir de la misma antítesis campaña/ciudad presentamos las percepciones plasmadas por estos viajeros en sus descripciones de la nueva capital rioplatense. En este ámbito, completamente disociado del hinterland agrario, los europeos encuentran un espacio físico y social más cercano a la civilización, aún cuando, pese a la riqueza y prosperidad de base mercantil y al carácter hospitalario y mundano de sus ciudadanos, ni uno ni otro alcanza a presentar los rasgos típicos de las urbes del viejo continente.
Desde la misma perspectiva reconstruimos las principales características atribuidas a un espacio rural asimilado a la naturaleza inculta, y por ello presentada como un desierto, característica que se proyectaba también sobre el tipo de hombre que la habitaba. Los gauchos aparecen así dibujados como seres primitivos en el sentido de cercanos a la naturaleza, pobladores perpetuos de los estadios inferiores de una escala evolutiva unilineal, pero también en la connotación negativa del término, como ociosos y dados a todos los vicios. Y, en todos los aspectos, distanciados de las costumbres del porteño de la ciudad.

Artigo recebido em 21/10/2008. Aprovado em 05/02/2009.

 

Contes de voyageurs et de l'historiographie: les paysages ruraux et la société urbaine à Buenos Aires pendat la première moitié du dix-neuvième siècle.

Résumé: Dans le présent document, nous analysons comment les images des voyageurs européennes qui ont visité la campagne dans la première moitié du XIXe siècle sont pris comme point de départ incontesté dans la construction d'un stéréotype historique qui contraste ville et la campagne. Pour ce faire, nous nous contentrerons notre attention sur ces histoires qui détiennent leur regard sur les principaux aspects qui composent cette image de la vie rurale comme un paysage vide de relations contrairement à l'urbain comme une société complexe. De ce point de vue,  nous allons aborder la construction et l'intersection des deux territoires, l'historique et le historiographique. La première, tournée en fait et reconstruite par les voyageurs européens, et le second, construit à partir de leurs impressions, en fonction de la politique et les traditions culturelles des fondateurs de l'historiographie nationale.

Mots clés: Les voyageurs. Urbain. Rural. Historiographie

 


1 Doctora en Historia, École des Hautes Études em Sciences Sociales (Francia). Docente e investigadora CONICET - Centro de Estúdios Históricos, Departamento de Historia, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Mar del Plata (Argentina). Grupo de Investigación: “Problemas y debates del siglo XIX”. Contacto: mciliber@mdp.edu.ar .

2 Magister Artis en Historia, Universidad Nacional de Mar del Plata (Argentina). Doctoranda Doctorado Interuniversitario en Historia, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Mar del Plata. Docente e investigadora del Centro de Estúdios Históricos, Departamento de Historia, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Mar del Plata. Grupo de Investigación: “Problemas y debates del siglo XIX”. Contacto: aldupuy@mdp.edu.ar .

3 Licenciada en Historia, Universidad Nacional de Mar del Plata (Argentina). Maestranda Maestria em Investigación Histórica, Universidad de San Andrés. Docente e investigadora del Centro de Estúdios Históricos, Departamento de Historia, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Mar del Plata. Grupo de Investigación: “Problemas y debates del siglo XIX”. Contacto: anrosas@mdp.edu.ar .

4 Magistral demostración de ello en: WILLIAMS, 2001 [1973].

5 Como ejemplo de este enfoque: PRATT, 1997.

6 PRIETO, 2003. CICERCHIA, 2005. Antes una versión resumida en: “Looking for John Bull”, Viaje, redescubrimiento y narrativa: Relatos de viajeros británicos sobre la Argentina”, en: MALAMUD, 2000. SERVELLI, 2006.

7 El puerto de Buenos Aires y su espacio interior ofrecía innumerables oportunidades de negocios e inversiones para las potencias europeas (en particular para Inglaterra, en plena expansión marítima y comercial). Por este y otros motivos de índole política y científica, la región suscitaba una creciente atracción entre un público abierto a las novedades editoriales: de hecho, entre 1800 y 1850 se publican en Inglaterra veinte títulos sobre Argentina (siendo la década de 1820 la más prolífica) (CICERCHIA, 2005, p. 135).

8 Alexander Gillespie: oficial de las fuerzas británicas que invaden el Río de la Plata en 1806, se convierte desde el momento de la derrota en viajero y prisionero en forma simultánea. Como Capitán ejerce durante el breve interregno británico el cargo de comisario de prisioneros de guerra. Ya prisionero, su viaje forzado tierra adentro es el contexto a partir del cual realiza la descripción pormenorizada de la ciudad en momentos de pleno auge de reconquista, así como de sus entornos. Su crónica Buenos Aires y el Interior fue publicado originalmente en 1818 y en ella se presentan los temas que serán recurrentes en las crónicas de viajeros posteriores.

9 Samuel Haig: llega al Río de la Plata como representante de una importante casa comercial de Londres, con el objeto de negociar un cargamento de mercaderías en Chile. En su estadía en Buenos Aires por 1817, queda impactado con ciertas costumbres de la ciudad como la corrida de toros y precisamente, realiza una descripción urbana marcadamente costumbrista que, como el mismo lo señala, viene a sumarse a las memorias de viajeros ingleses que se editan en su nación natal. Su obra, Bosquejos de Buenos Aires, Chile y Perú, fue publicada en Londres en 1829.

10 Emeric Essex Vidal: marino, dibujante y pintor. Miembro de la Armada Británica, entre 1816 y 1818, durante 31 meses, estuvo a bordo del “Hyacinth”. En ese lapso pintó en Brasil y en el Río de la Plata el mayor número de acuarelas que le dieron notoriedad. Mostró en ellas vistas de la ciudad de Buenos Aires, su puerto, sus habitantes, escenas al aire libre de los pueblos rurales de alrededores. El álbum fue publicado en Londres en 1820.

11 John Miers: comerciante inglés, llega al Río de la Plata en 1819 con el objetivo de instalar una refinería de cobre en Chile. Se traslada hacia Santiago de Chile por tierra y en el transcurso de ese viaje es que ofrece su narración. Su crónica “Viaje al Plata (1819-1824)”, publicada en 1826, constituye una descripción detallista de cada uno de los paisajes y personajes con los que convive en su travesía.

12 Juan Adan Graaner: oficial del estado mayor del ejército sueco. Hizo dos viajes al Río de la Plata entre los años 1816 y 1819, hipotéticamente en misión oficial. Su relato se centra en los antecedentes políticos de la independencia, así como también realiza una descripción minuciosa del paisaje y sus habitantes. Su obra Las provincias del Río de la Plata en 1816, se publicó por primera vez en 1817.

13 Respecto a estas representaciones étnicas y su vigencia en las grillas de relevamiento censal de la primera mitad del siglo XIX: CILIBERTO, M. V.; DUPUY, A. L.; ROSAS PRINCIPI, A. G., 2000.

14 Jean-Baptiste Douville: botánico francés y comerciante. Arribó a Buenos Aires por primera vez en 1826 y, más tarde, en 1831. En su obra describe los usos y costumbres de los pobladores de la ciudad y campaña porteña y su viaje a Carmen de Patagones. Tituló su crónica editada en 1833 Viajes a Buenos Aires. 1826 y 1831.

15 Francis Bond Head: ingeniero militar inglés. En 1825 fue nombrado gerente de la Río de la Plata Mining Company, empresa formada con el objetivo de explotar la riqueza del Famatina en metales preciosos. Por tal motivo se trasladó a Buenos Aires, desde donde realizó dos viajes a la región andina, visitando también el territorio chileno. Siendo evidentes las escasas perspectivas de éxito de la empresa minera, retornó a Inglaterra al año siguiente. En 1826 publicó sus Rough Notes Taken During Some Rapid Journeys Across the Pampas and among the Andes en Londres.

16 Estas observaciones son realizadas en el marco de su viaje de regreso a la ciudad en 1831, por lo tanto hace referencia al bloqueo de 1828.

17 William Mac Cann: este viajero inglés tiene el objetivo explícito de recabar información sobre la población nativa, sus costumbres. Su relato es una descripción de las estancias y estancieros ingleses (Clark, Bell, Taylor, Newton, entre otros) que sucesivamente lo van albergando desde que abandona la ciudad de Buenos Aires en 1847. Su obra, Viaje a caballo por las provincias argentinas, fue publicada en Londres en 1853.

18 Entre los primeros ejemplos de este tipo de estudios encontramos el trabajo de PRIETO, [1985] y el artículo de GARAVAGLIA, 1989a. Posteriormente, otros investigadores abordarán la temática desde perspectivas similares, confiriendo siempre al análisis de los fenómenos demográficos y de la tecnología campesina, un lugar privilegiado.

19 GARAVAGLIA, 1985; GARAVAGLIA, 1989b. Una perspectiva critica en: AMARAL, 1995.

20 Un completo panorama del conjunto de estos procesos en: BARSKY; GELMAN, 2001. Un nuevo resumen actualizado de estos estudios, y de aquellos específicamente centrados en el desarrollo cerealero, en: DJENDEREJIAN, 2008.

21 Peter Campbell Scarlett: miembro del cuerpo diplomático británico, llega a Río de Janeiro en carácter de agregado de la embajada de su país en 1834. Recorrió Buenos Aires en tránsito hacia el Pacífico, dónde debía observar los planes de W. Wheelwright. Su obra, publicada en dos volúmenes en Londres en 1838, refleja sus fines políticos y económicos, destacándose particularmente sus observaciones de las costumbres rurales y urbanas de los porteños y su trascripción de documentos referidos a las Islas Malvinas.

22 Unos años después, en su viaje por tierra desde Carmen de Patagones a Buenos Aires, Darwin también recurrirá a esta metáfora, aunque señalando que, a diferencia de lo que sucede en el mar, en la llanura se percibe objetos a más grandes distancias, “lo que destruye la grandiosidad que uno hubiera imaginado en una vasta llanura horizontal”. Citado por PRIETO, 2003, p. 93.

23 El estudio de la formación de los pueblos en la campaña también amplió sus perspectivas y problemáticas a partir de la renovación historiográfica. El cuestionamiento de la estancia ganadera como marco exclusivo de la vida cotidiana de los pobladores rurales y sede del poder político- económico abrió la posibilidad de pensar a los pueblos como sedes de las distintas redes de poder institucional (militar-miliciana, eclesiástica y judicial) desplegadas sobre el mundo rural en el proceso de construcción de un nuevo orden rural. Como ejemplo de estas nuevas aproximaciones remitimos a: BARRAL; FRADKIN, 2005.

24 Narciso Parchappe: ingeniero. Antiguo oficial de Napoleón, al legar la restauración emigró a Buenos Aires, donde arribo en 1808. Involucrado en el complot conocido como “Conjuración de los franceses”, fue liberado con la condición de abandonar Buenos Aires. En Corrientes desde 1819 actuó como agrimensor. En 1827 fue empleado por el gobierno porteño para realizar la demarcación de la nueva línea de frontera. En carácter de ingeniero militar trazó los planos y dirigió la fundación de “25 de Mayo” y “Protectora Argentina”. Parchappe narró en su Diario estos acontecimientos, incluyéndose además sus testimonios en la obra publicada por D´Orbygni en París en 1835.

25 En esta obra, el agrónomo alemán relaciona el tipo de cultivo con el precio de los granos en el mercado, el transporte y el valor de la tierra. Así, la agricultura libre -dedicada a la producción de hortalizas, leche y forrajes- y la forestal -leña- (los anillos más próximos a la ciudad) son seguidos por otros tres en los que el cereal es el cultivo principal (agricultura alterna, pastoral y trienal, respectivamente). En las localidades más alejadas se desarrollaría la “industria del ganado”. La vinculación de este esquema con las áreas productivas de la campaña porteña del siglo XIX en: GARAVAGLIA, 1991.

26 Una excepción en este aspecto lo constituye la introducción a la obra de Juan Vieytes realizada por Félix Weinberg, “Estudio preliminar”, en: VIEYTES, 1956.

27 Nos referimos específicamente a los trabajos sobre producción y comercialización triguera GONZALEZ LEBRERO, 2002; sobre la reconstrucción del patrimonio productivo de las chacras y quintas del ejido porteño GARAVAGLIA, 1993 (ambos); CILIBERTO, 2007; y a los estudios de los contratos de arrendamiento y aparcería de quintas suburbanas FRADKIN, 1999 y 2004. Respecto a las problemáticas centrales que definen el curso de sus investigaciones, remitimos a: FRADKIN; GELMAN, 2004.

28 A modo de ejemplo, los artículos de J. C. GARAVAGLIA, J. GELMAN y R. FRADKIN compilados en el numero especial de Etudes Rurales (149-150, EHESS, París, enero-junio, 1999). Y GARAVAGLIA, 1997. GELMAN, 2000. FRADKIN, 2006. SALVATORE, 2003.

29 Véase, además, CONI, 1956.

30 Véase, además, SCOBIE, 1968.

31 Alcide d’Orbigny: naturalista y científico francés. Enviado por el Museo de Historia Nautral de París, realizó un viaje de exploración científica por Sudamérica durante ocho años. Aribóa a Buenos Aires en 1827 y recorrió primero las provincias del litoral y más tarde el norte de la Patagonia. De regreso en París, el gobierno francés apoyó la publicación de sus observaciones. El libro titulado Viaje por la América Meridional (el Brasil, la República Oriental del Uruguay, la República Argentina, la Patagonia, la República de Chile, la República de Bolivia, la República del Perú) efectuado durante los años 1826, 1827, 1828, 1829, 1830, 1831, 1832 y 1833, apareció en París y Estrasburgo entre 1835 y 1847, en nueve volúmenes.

32 Véase MONCAUT, 1999.

33 Dentro de la matriz historiográfica tradicional, una excepción en este aspecto la constituye el trabajo de BOUCHÉ, 1970. Desde otra perspectiva y con otros intereses -vinculados al estudio de la historia política del siglo XIX- Pilar González Bernaldo analiza las pulperías como espacios de sociabilidad. Sobre el particular, véase GONZALEZ BERNALDO DE QUIROS, 2000.

 

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